martes, 8 de agosto de 2017

He predicho mi propia muerte.
En la ausencia de agonía,
(¿o esa sí me será concedida?)
una sombra negra,
una abierta que promete
más que herida, ser agujero negro, portal
hiende de la nada un día
ni siquiera en el miedo, sólo asombro
sin tiempo para recular,
sin ser cobarde
y con ello lo demás.

De esta sombra que se expande
no nace tampoco entonces el basto abrigo
que busqué bajo las alas
de amistades, de madres, de amantes
ni es la nada que absorbe de la muerte tranquila
sino una prolongación de un momento
que se fermenta lejano,
por poco reconocible.

La frente prominente de un mono
se esparce entre el manto suave de humo.
Un ejército se irgue junto,
pequeñas manchas inocentes que efervescen
entre las calles inusualmente vacías de esta ciudad.

Los ojos vienen a verme
ojos de bola de cristal
una ternura salvaje los vuelve rojos
en la cara pétrea de un babuino.

Se me obsequia un segundo de reconocimiento.

Todos sabemos la forma original de dicho animal
todos recordamos los estragos de los babuinos encerrados en el arca,
velamos las noches de los hijos en busca de sus siluetas,
nuestras cicatrices tendrán por siempre memoria de sus garras y fauces.






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