jueves, 29 de octubre de 2015



Un hombre férrico sabía a sangre,
al parto de su propia madre
a las guerras que formaron Inglaterra
a una niña que lleva un dolor ancestral en la hendidura.

Sus amantes se enteraban
y descansaban con él un rato en bondadosa comprensión...
...y se iban
con hombres que olían a piel y campo recién trabajado,
que besaban con el sabor neutro de un día cansado,
con el encanto de una calidez pura sin aditamentos.

Pero el hombre férrico no podía dejar de manar;
manaba por las calles de ciudades tristes
Por las casas humildes de las orillas
y por los viejos castillos de Europa.
Manaba en los faros de islas solitarias
y por los cuellos de muchachas feas y mustias
entre las uñas de los perros flacos y en sus garrapatas,
manaba en el sueño de un viejo sucio.

A veces se diluía en algún bar
y fluía
a voluntad del sufrimiento de otros cuerpos
y nunca era de sí mismo.