sábado, 21 de marzo de 2015

Nada, nadie, nada, nada

Ésta es mi miseria, Amor. Ten. Aunque no quieras, busco tus manos, anda repartida allá y aquí. En este cuarto todos somos miserables, vivimos la miseria al máximo, como si fuera el último día de nuestras vidas. Entiende. Aquí tienes, te la pongo en la boca, te la escribo. Es más que un rato; es lo que queda cuando me quitan los huesos y la carne, es lo que no es cabello, ojos, sangre... Fuera de eso, soy lo mismo que un perro, que la madera que se pudre a la intemperie. Yo me hice a mí misma, así me hice cuando llegué a cierta edad en la que ya no supe cómo vivir. Tómala, mira cómo se retuerce y cómo espera saltar del cuenco tan chico que formas con la palma y del que aún así es incapaz de escapar.
Ya no tengo nada que ofrecer, Amor. Mira cómo escribo, mira cómo ando, mira cómo finjo de todo. De mí sólo salen heces, lágrimas y orina, porque me compone la suciedad. 
Ahora que ya no tengo nada, pero nada, nada, nada qué ofrecer a nadie, quiero que te quedes de todos modos. 
Con cualquier pregunta me desarmas; ¿qué tienes tú qué ver con eso? Nada, nada, nada y nadie y aún así quiero que te quedes otra vez, infinitas veces.